«Si tienes miedo o asco de algo, pregúntate: ¿de qué te está protegiendo tu mente? Tal vez descubras más sobre ti de lo que pensabas.»
Brené Brown
Hacía tiempo que no hablaba de las emociones, de hecho, ya he hablado de varias emociones en este blog, os dejo los enlaces:
Y además de estas, me quedaban dos de las que quería hablar, el asco, y el desprecio, y en el post de hoy vamos a hablar del asco.
La gestión del asco, como emoción, es esencial para comprender su función y cómo impacta en nuestras respuestas. Aunque a menudo considerada negativa, tiene una función protectora esencial que ayuda a evitar aquello que puede ser dañino o desagradable. Profundizar en sus manifestaciones, en cómo interactúa con el miedo y en los sentimientos que suelen acompañarla es clave para comprender y gestionar esta emoción de manera saludable.
A continuación, vemos cómo se manifiesta, su conexión con otras emociones, y cómo puede influir en nuestra vida diaria.
Cómo se manifiesta la emoción del asco
El asco se manifiesta tanto a nivel físico como psicológico. En el cuerpo, provoca expresiones faciales muy distintivas, como arrugar la nariz, fruncir los labios o alejar el cuerpo de aquello que genera repulsión.
Esta emoción también puede llevar a síntomas físicos como náuseas o mareo, especialmente en situaciones que percibimos como altamente repulsivas o peligrosas.
En un plano psicológico, el asco puede surgir al percibir elementos que violan nuestras normas de higiene, ética o estética. Esto incluye desde alimentos en mal estado hasta comportamientos que consideramos moralmente inapropiados.
Al manifestarse, el asco nos impulsa a evitar el estímulo desagradable y, en consecuencia, a proteger nuestra integridad física y psicológica.
Cómo influye el asco en nuestro día a día
El asco influye profundamente en nuestro día a día, ya que se activa para protegernos de elementos que percibimos como dañinos o desagradables, ya sean físicos, como alimentos en mal estado, o más abstractos, como conductas moralmente cuestionables. Esta emoción ayuda a mantenernos a salvo evitando situaciones y sustancias que podrían poner en riesgo nuestra salud o bienestar.
Además, el asco afecta a nuestras interacciones sociales y elecciones personales. Por ejemplo, puede condicionar las personas o ambientes con los que elegimos relacionarnos, en función de nuestras reacciones de rechazo hacia ciertos comportamientos o prácticas.
Incluso puede moldear decisiones de compra o preferencias en cuanto a higiene y estética. Así, el asco no solo cumple una función de protección física, sino que también refuerza nuestras normas y valores personales, afectando desde la dieta hasta las elecciones sociales.
Emociones o Sentimientos que Van de la Mano del Asco
El asco suele estar acompañado de emociones como la ira, la ansiedad y la incomodidad. La ira puede aparecer cuando el estímulo que provoca asco es inaceptable para nuestros valores o normas morales, mientras que la ansiedad surge de la anticipación de enfrentarnos a algo desagradable.
La incomodidad, por su parte, acompaña al asco en situaciones de exposición a algo que consideramos sucio, dañino o que afecta nuestra percepción de seguridad. Reconocer y comprender estos sentimientos nos ayuda a canalizarlos, evitando que el asco y sus emociones complementarias se transformen en barreras que limiten nuestra vida cotidiana.
Terminando…
En conclusión, el asco es una emoción esencial para nuestra supervivencia y bienestar, pues nos ayuda a evitar aquello que percibimos como peligroso o desagradable. Aunque a veces nos incomode o nos limite en ciertas experiencias, también nos protege al reforzar barreras de autopreservación, valores y normas personales.
Aprender a entender y gestionar el asco, en lugar de reprimirlo, nos permite vivir de una manera más consciente, segura y alineada con nuestras propias convicciones, aprovechando esta emoción de manera constructiva.
¡Feliz miércoles!